Tenía las mismas ganas de seguir que yo, y por eso se dejó cautivar por la gula.
El mar de comida que tenía ente sus ojos inundó sus grasientos deseos. Metros cuadrados de alimentos repartidos por la llanura que dotaban al paisaje de un colorido de lo más pintoresco. El amarillo de los plátanos, el pan y los quesos, el rojo del tomate, los pimientos y las carnes junto al verde de las hortalizas y verduras completaban una gama cromática que hacía pensar que aquello era una cuadro impresionista de Monet más que la antesala de un suicidio anunciado.
Comenzó a tragar compulsivamente, sin apenas masticar, como si llevara más de 20 días sin probar bocado. Al principio se ayudaba del agua que la mezclaba con el bulo alimenticio para disolver toda la comida en su boca y así ingerir más rápidamente, pero más tarde comenzó a prescindir de ello y pasó a tragar empujando la comida con las manos hasta su inteior. La escena era dantesca, y el aspecto de aquel hombre poco a poco iba tornándose más asqueroso. Cada poco rato el suelo iba recibiendo el impacto de algún resto de comida que caía de la boca de aquel ser, a veces entera, a veces medio masticada, pero siempre igual de repuganante.
Cuando llevaba más de 40 minutos introduciendo manajares en sus tripas, su piel comenzó a sufrir las consecuencias de la tensión y acabó cediendo verticalmetne a la altura del vientre. La masa digerida de comida comenzaba a verterse a través de su estomago partido, no obstante el seguiría tragando mientras siguiera despierto. Era tal el ansia de comer que no era capaz de percibir el dolor de su vientre.
Finalmente, al mismo tiempo que se desangraba y la falta de circulación sanguinea lo dejaba más exhausto, terminó por bajar los brazos agotado por el esfuerzo que había hecho. Es curioso, pero cuando estuvo a punto de expirar su último aliento dejó entrever una sonrisa en su boca, aún llena de esa pasta blanquecina. Creo que no había visto jamás una muerte más asquerosa en mi vida, pero creo que aquel hombre murió en paz.